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Columna de opinión: Por Yoselyn Catrilef, jefa de Carrera Psicopedagogía IP Santo Tomás Osorno
En el contexto del Día del Psicopedagogo (17 de septiembre) se debe analizar que en la actualidad los seres humanos están alcanzando altos grados de superación personal, desarrollo de capacidades cognitivas que permiten la resolución de problemas, adaptación ante los cambios, autonomía en la realización de acciones complejas, sin embargo, este crecimiento aún se ve fragmentado en nuestra sociedad; aquí surge un concepto bastante abusado en nuestro país el cual es, inclusivo, dado que las normativas existentes y políticas públicas intentan que Chile avance en temáticas inclusivas tanto en el ámbito laboral, académico, entre otras, pero aún existen barreras en el contexto que evitan la inserción de un paradigma basado en la diversificación funcional. El concepto de normalización sigue siendo visto desde parámetros clínicos, centrado en el déficit, siendo normales las personas que no presentan algun tipo de situación de discapacidad PsD, o necesidad educativa especial. En este sentido para McLaren (1995, p.4) “es un problema relacionado con la propia ética de la normalidad.
La persona normal es reconocida y validada cuando cumple con lo culturalmente aceptable y no presenta necesidades de apoyo en la interacción, participación y accesibilidad a los distintos contextos donde se desenvuelve, este ser humano cuenta con una especie de etiqueta o credencial que le entrega un estatus de base para activarse en una sociedad que busca generalizar y homogeneizar a sus integrantes, siendo tristemente aceptada este tipo de dinámica estructural, es aquí donde se gesta la siguiente pregunta.
Esta interrogante es lo bastante atractiva, interesante y compleja, no es fácil sensibilizar sobre esta realidad sin tener aportes académicos, teóricos y empíricos sobre la normalidad, se debe potenciar la lectura constante de antecedentes actualizados, una ética profesional atingente, valores sólidos que se alineen con un enfoque distinto al conocido hasta ahora. Lidiar con una idiosincrasia con enfoque en el déficit no es tarea menor, en una sociedad que clasifica constantemente y que considera la diversidad como anormalidad, sobre todo en el ámbito academicista. Precisamente en Educación Superior se busca visualizar que tan fuerte es el encapsulamiento y segregación de los/las personas, por ello es necesario profundizar la vinculación con la diversidad, reflexionando en las consecuencias que esta situación ha tenido tanto en estudiantes como en profesionales del área.
En relación con la diversidad, la reforma de educación superior (mensaje N°110-364, p.4) menciona que: los talentos están igualmente distribuidos entre toda la población, que estos son necesarios para la construcción de la sociedad y que la diversidad social y cultural que aporta la inclusión constituye un ingrediente esencial en la construcción de la democracia”. Se observa un reconocimiento a la diversidad existente al interior de las Instituciones de Educación Superior, buscando garantizar una cultura social e inclusiva, generando espacios de trabajo constructivo para desarrollar un aprendizaje basado en la acción y significación. De lo anterior es importante mencionar que cada persona posee de manera intrínseca los derechos a la dignidad, a poseer una identidad, a estar exentos de actos discriminatorios y a estar constantemente en proceso de desarrollo, es por esto, que las instituciones tienen la gran responsabilidad de propiciar los espacios necesarios para su cumplimiento. Dicho esto, es fundamental realizar un significativo cambio cultural sobre la diversidad funcional, entendiendo que la normalidad es diversa y que lo descontextualizado es pensar, creer o accionar a partir de una tendencia retrograda, carente de actualización y cultura inclusiva, regularizando que la diversidad sea anormal.
Estos cambios paradigmáticos no son fáciles, existen múltiples factores que contradicen esta cultura diversificada. A pesar de lo complejo que puede ser construir una postura hacia la diversidad desde el quehacer profesional, es trascendental generar cambios a través de una cultura inclusiva que permita desarrollar y llevar a la práctica un lenguaje atingente, actualizado, sistemático e inclusivo, generando instancias de conversación con el contexto educativo, incentivando a la formación continua del equipo de trabajo, realizando acciones significativas desde el rol como Psicopedagogos/as buscando avanzar hacia un sistema socioeducativo extenso que tenga como base la justicia social y los derechos humanos, identificando y evitando los paradigmas de desigualdad, exclusión, segregación y la equívoca percepción de normalidad, siendo agentes de cambio que fomenten el progreso de la diversidad funcional.
Por: Comunicaciones UST Osorno